Manifiesto
Por Francisco Henríquez
Somos los fanáticos del balón. Hijos sagrados de la redonda, la galería y los cánticos. En nuestro ADN está el temple para soportar cualquier condición climática ¡Todo por la pelota! Nacimos y nos enseñan a adorar la etapa bella del fútbol, el profesional. Donde todos cumplen sueños y luchan por quedar en la retina del colectivo. Y a medida que se nos pasa la vida nos encariñamos con el lado crudo, el amateur, donde esos sueños de ser profesional se ven frustrados. Donde las galerías casi no existen, y aunque los gobiernos de turno inviertan en infraestructura, el barro es nuestra prueba de juego: el que no jugó en cancha de tierra, no jugó al fútbol. Somos esos que, aunque nos hagamos viejos, irracionalmente vivimos con la esperanza de ser futbolista profesional. Los irracionales que tengamos o no trabajo, alegamos al mundo por levantarnos temprano; pero si de fútbol se trata somos capaces de despertar a las 5 y media de la mañana para tomar desayuno y ver tranquilos el partido amistoso de las 6am. Ni hablar si el partido es oficial. Somos los que nos perdemos los almuerzos familiares del día domingo: la cancha llama y la pelota manda. Después nos alimentamos, solos frente a la tele con la comida recalentada. Y eso cuando andamos amables. Por lo general el día domingo es de la cancha y los amigos. Se llega tarde a casa y con algo de trago en el cuerpo. Somos los humildes que no olvidan las raíces. No importa el cargo que ocupes, el fin de semana es para ir a la cancha. Y conocemos la fidelidad, porque no importa lo que hagamos o donde vayamos, la cancha de tierra siempre estará ahí, esperándote. Esa donde las butacas son improvisadas por los neumáticos que cierran el perímetro del campo de juego. Esa de camarines bajo un árbol o detrás de un vehículo. Esa donde no existe el pudor: si quieres jugar, debes permanecer semi-desnudo frente a los asistentes mientras te calzas el uniforme. Somos simplemente, los que amamos el fútbol.